Gudari Gálvez by Jorge Martínez Reverte

Gudari Gálvez by Jorge Martínez Reverte

autor:Jorge Martínez Reverte [Martínez Reverte, Jorge]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2005-09-06T00:00:00+00:00


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El nombre de guerra que había escogido Peter, Suizo, no era muy original, pero al menos carecía de las connotaciones épicas y etnicistas que se buscaban otros, como el que ahora mandaba que le persiguieran, el tal Txeroki. Ese dato alentaba la posibilidad de que pudiera ser reciclado si lográbamos sacarle de allí.

Era el único dato alentador. En Euskadi, unos ciento cincuenta mil votantes podían dar su apoyo a HB, que era el brazo civil de ETA. De ellos, al menos un tercio apoyaba, según las encuestas, las actividades violentas de la banda. Según esas cuentas, había cuarenta y cinco mil personas dispuestas a aplaudir que le dieran un tiro en la nuca, o que no desdeñarían la posibilidad de apalearle en una plaza pública, como ya se había hecho alguna vez con otros txakurras. Mucha gente para un país tan pequeño.

La exhibición de la foto tenía otra virtud, que era la de proporcionar a la policía el dato de que había un pistolero suelto, aunque fuera en calidad de huido de los suyos. Si Peter se topaba con algún miembro de las fuerzas de seguridad, tendría que explicar muchas cosas. A mí, esa posibilidad me seguía pareciendo de las menos malas. No tenía delitos de sangre, y no le podía caer una condena desmesurada. El riesgo de que fuera víctima en la cárcel de alguna venganza de sus excompañeros no tenía gran entidad. Los jueces sabían de sobra cómo aislar a unos presos de otros en un caso así.

Pero yo carecía de la fórmula mágica que me permitiera entregarle a la policía. Más que nada, porque lo ignoraba todo sobre su paradero y sobre su carácter y costumbres. Y la foto de la taberna era el primer indicio que poseía de cómo era mi hijo. Otros padres llevan la foto de sus herederos en la cartera, yo la llevaba en los tablones de anuncio de los locales de HB. Algo realmente original para un madrileño. Pero era cierto que la misma paternidad ya lo era. Muy original.

Me despedí de Patxo y recalé de nuevo en mi apartamento con los ositos de peluche. Con ellos fui muy discreto, no les dije nada sobre mi relación con Peter. Conecté el teléfono a la red y llamé a Sara, pese a sus órdenes terminantes de que no lo hiciera. Pero la súbita notoriedad de Peter así lo exigía.

No pude comunicar con ella. Le dejé en su buzón de voz un mensaje que la obligaría a conectarse conmigo:

—La foto del chico está por todas las tabernas. Txeroki ha ordenado que le cacen.

Mi carácter de hombre de escasa acción me condujo de nuevo al sofá, con la intención de esperar la llamada de Sara y dejar que La tía Tula, el número uno de la colección de libros que dominaba la estancia, me adormeciera, con la precaución de poner el microondas para que el sueño no fuera más allá de media hora en caso de que se apoderara de mí gracias a la contundente prosa de Unamuno.



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